Una leyenda, un mito, se crea a base de latigazos, de salidas esporádicas, fulgurantes, inconexas, pero constantes como la gota de agua que no deja de caer, que muestran sólo una parte del conjunto, enseñan la estela que lo que parece, difuminan el objetivo del objeto, abriendo la imaginación de espectadores-testigos mudos de algo incalificable, que ensarta con su figura tiempo y espacio en pocos segundos, y desaparece en completo silencio esforzado montaña arriba, dejando maxilares rendidos a la gravedad, ojos deseosos de ver en plena oscuridad, y labios que no saben qué preguntar.



Arriba en el Fortuño, preparado para el descenso.

Sucede que cuando se juntan dos factores como son, por ahora, mi buen momento de forma física y, casi siempre, la conveniencia familiar de estar de vuelta a las once en casa, éllo puede originar serias dudas a mi alrededor, acerca del acierto o desacierto de la marca de bicicleta adquirida, o incluso, la posibilidad que alguien se plantee eliminar los carajillos tras el almuerzo.


Sea como fuere, lo cierto es que el track que acompaño se hizo en BTT, y en patinete apenas me costó un cuarto de hora más... pero la bajada del Fortuño fue... Bruuuutal!!!

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