Frente a unas verdes y unas bravas...

...acuerdo con Vicente acudir a trabajar juntos al día siguiente sábado, en bici, por un trayecto de Castellón a Vila-real que aprovecha el  carril bici de Almazora, grabar la ruta y ponerla a disposición de btteros con ganas de vadear ríos, oír pajaritos y morder piedras a cambio de no ser molestados por agresivos ruidos ni por malos humos.



Termino de trabajar a la una y media, un cambio rápido de ropa y a pedalear hacia el pueblo donde ya me espera mi familia. Durante el trayecto, descubro los primeros almendros el flor. Al pasar junto a ellos y cerrar los ojos, parece como si alguien te destapara un tarro de miel junto a  la nariz.







Domingo, un sol espléndido y una comida sorpresa para celebrar el santo de Laia, en un Bar-point muy conocido como es el Restaurante Rosildos, del cual conozco una ruta de montaña que vale la pena repetir varias veces al año. Dos horas y media de running, con mochila, agua, dos huesitos y buenas zapatillas.


Los dispersos tarros de miel del día anterior, se convierten en una grandiosa sinfonía de olores y colores que endulzan mis pulmones a cada inspiración. Las abejas no dan abasto a visitar la brutal explosión de vida.


Llego al punto más alto de la zona, el Tossal de Saragossa, 1.080 metros, una vista ilimitada en cualquir dirección y frente a mi, una pareja de rapaces (supongo que águilas calzadas o perdiceras) que me obsequian con una danza de diez minutos llenos de poderío y libertad, en los cuales sin mover sus alas, demuestran quien manda por aquellas peñas y cortados.



Me dispongo a bajar hacia Rosildos y un cazador me avisa que van a realizar una batida de jabalíes por esa zona. Le pregunto si dispongo de 30  minutos para descender por el barranco y antes que me conteste, arranco a correr por el angosto sendero de la Roca Roja, y... increíble!, el primer kilómetros de descenso con nieve.  Está nevado!!!.

A cada paso mis pies se hunden hasta los tobillos, una lotería saber dónde piso, con cuidado pero sin poder parar pensando en escopetas que me encañonan y jabalíes heridos que me embisten en cualquier recodo de la senda. Cada pisada que no caigo, un regalo de la vida. 


La nieve por fin desaparece, en camino se vuelve seguro, salgo de una umbría y … jóder, qué es ese ruido de ahí delante!, un grupo de 5 o 6 cabras montesas que al ver que voy a chocar contra ellas, se asustan y en cuatro botes ascienden una pedrera y me pierden de vista.
 
 
 
Buff!, tras el susto, en el tramo bajo del barranco descubro una zona nueva de escalada, que tal vez a alguien le pueda interesar.


Me reuno con mi familia, que me esperan con el kit de Leroy Merlin ducha-portátil (garrafa de agua de 5 ltr, jabón, toalla y peine) y a disfrutar de las ricas chuletitas con all i oli.




Y así terminó un weekend que parecía normal y se fue animando de aventuras imprevistas, todo por culpa por mi cabezonería de no ensardinarme dentro de un coche en fin de semana.
 
El satélite me mandó una fotografía del amigo Vicente a 40 km de distancia, a la misma hora que yo entraba en el restaurante.
 
 
Y pensar que todo esto empezó el viernes con unas verdes y unas bravas.
 
Qué barbaridad!!!

Comentarios

  1. Hasta qué extremo llegamos en nuestros montes.
    Antes que las pacíficas gentes
    tienen preferencia
    las balas
    el dolor
    y los borbotones calientes de sangre.

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  2. Joé con el satélite, no se puede esconder uno en ningún sitio !
    Por cierto, no me esperaba yo que hubiera nieve por esa zona.

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  3. y yo que me voy a los pirineos pa chafa nieve¡¡¡
    Por cierto ¿el satélite buscaba a Vicente o una cerveza fría?

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