Un sábado cualquiera.


Lo único que tenía claro para hoy sábado por la mañana, es que me apetecía pasar por el Mas de Chiva, en el Desierto de Las Palmas, y asomarme a su impresionante ventana rota y abandonada años atrás con unas vistas privilegiadas de la civilización moderna.

Salía del barrio a las 8.00 h. y a las 9.40 h. dejaba la mochila en el suelo para tomar una fotografía incapaz de registrar la paz, de captar frescor, de sentir el tácito acuerdo entre la brisa más alta y las copas de los pinos mandando guardar un minuto de silencio, en memoria de todos aquellos pensamientos propios que años atrás perecieron sin ceremonia ni entierro a cambio de un bienestar y progreso no diseñados para andar por cerradas, hostiles y sinuosas sendas, de oler la densa capa de sombra que suplía la falta de ozono y me protegía del fuego, de imaginar la historia de una masía en ruinas con ermita propia que un siglo atrás debió palpitar de gente llena de ilusión y esfuerzo para sacar adelante unas vidas no más valiosas que las oliveras, las higueras o los mismos almendros, que se conformaban con un palmo de tierra dos gotas de agua sin jamás alardear de su serena grandeza.



Una hora más tarde, a través del paso de Las Contiendas, llegaba a la Pobla Tornesa donde me esperaba mi familia, la cual me ayudaba a ir volviendo gradualmente a la civilización
.

La conversión total se produjo sobre las 13.00 h. en La Bodega de Martín (Benlloch), que vuelve a estar abierta, con un par de selectas de barril y unas banderillas de la tierra.


Recuerdo especial a Alberto Y Mari Carmen, con los que compartí este verano el tramo de senda desde Toricos hasta el Mas de Chiva, el cual desconocía y me ha permitido sin tocar carretera, disfrutar en soledad de una mañana de sábado, vulgar y cualquiera.






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